Hablar de lo que no se habla. Sexualidad y maternidad de Irene Choya (artículo aparecido el 18/10/2018 en https://amanecemetropolis.net/)
Estamos rodeadas de sexo y, sin embargo, tengo la sensación
de que hablamos poco de lo que realmente pasa bajo las sábanas, de
nuestros deseos, miedos, fantasías y experiencias eróticas. Ni siquiera
con nuestras parejas sexuales. Como dice Ana García Díaz, «nada me
parece más íntimo, más valiente, más cercano, que dos voces en la cama.
(…) Nunca me ha costado demasiado quitarme la ropa, pero han pasado
meses hasta poder toser las palabras que se me agarrotaban en la
garganta» . Parece que nos jugamos mucho, que también en esto hemos de
tener éxito y no tanto disfrutar, aprender, saborear, sentir, comunicar,
conocernos, cuidarnos… Así que vamos a tientas, probando mediante
ensayo-error y cruzando los dedos para que todo fluya, no vaya a ser que
ya no me deseen o, lo que muchas veces acaba siendo lo mismo en nuestra
cabeza, que ya no me quieran. También en primera persona: si ya no te
deseo, es que ya no te quiero, ¿no?
Vivimos una especie de obligación erótica. Si no hay un deseo constante y compartido en una pareja, parece que algo va mal en el amor. Como si el tiempo y la rutina pudieran conjurarse. Como si la precariedad no hiciese mella en la intimidad. Como si no existiese la tristeza, o la enfermedad, o la doble jornada. Claro que la intimidad sexual suele ser algo que buscamos en una relación. Y queremos que vaya bien. Pero esperar que no cambie según vamos cambiando nosotras o que nunca tengamos dificultades es irreal, una expectativa que sólo nos va a hacer daño y que tal vez estaría bien revisar, no sea que se nos haya colado el amor Disney, que diría Brigitte Vasallo . Somos personas sexuadas toda la vida y vamos a vivir momentos distintos que van a influir en nuestra erótica. En cada una, de forma única e irrepetible. Saber encontrar las palabras, y decírnoslas, con cuidado, parece requisito indispensable para vivir estas transformaciones sin sufrir ni hacer daño.
¿Qué pasa cuando el cambio es un embarazo, un parto y todo lo que viene después (y que difícilmente te imaginas)? Creo que tenemos muchas, muchas cosas que contarnos. Porque de esto no se habla. O sólo entre líneas. Y cuánto aprenderíamos. Y cuánto menos pesarían algunas penas y soledades. Aquí van, para empezar la conversación, algunas ideas o experiencias que me rondan…
Por suerte, llega el segundo trimestre y lo más habitual es que los malestares hayan desaparecido, que tus redondeces empiecen a parecerte bonitas, que tu deseo esté por las nubes y que tu vulva hinchada responda muy pero que muy fácilmente a la estimulación. ¿Ganas de follar? Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Para tu pareja, que no está a tope de hormonas, incluso demasiadas.
El tercer trimestre trae consigo el miedo al parto (hasta entonces, aunque no lo creas, es un horizonte lejano en el que piensas poco), pero también las ganas de que llegue: estás pesada, te cuesta moverte, no te ves los pies y mucho menos la vulva, crees que la barriga no puede crecer ya más y que va a explotar si ese/a bebé no sale pronto. ¿Ganas de follar? Sí, claro. Y de nuevo, de coitos y orgasmos, que en el semen hay prostaglandina, una sustancia responsable de ablandar y madurar el cuello del útero; y los orgasmos hacen que el útero tenga contracciones. Otra cosa es que puedas moverte o que tu pareja tenga ganas si tú de lo que hablas es de ayudar a provocar el parto.
* No hubiera podido escribir este texto sin la ayuda de mi madre, que cuidó de mi bebé para regalarme un poco más de tiempo. Una vez más, gracias, mamá.
Vivimos una especie de obligación erótica. Si no hay un deseo constante y compartido en una pareja, parece que algo va mal en el amor. Como si el tiempo y la rutina pudieran conjurarse. Como si la precariedad no hiciese mella en la intimidad. Como si no existiese la tristeza, o la enfermedad, o la doble jornada. Claro que la intimidad sexual suele ser algo que buscamos en una relación. Y queremos que vaya bien. Pero esperar que no cambie según vamos cambiando nosotras o que nunca tengamos dificultades es irreal, una expectativa que sólo nos va a hacer daño y que tal vez estaría bien revisar, no sea que se nos haya colado el amor Disney, que diría Brigitte Vasallo . Somos personas sexuadas toda la vida y vamos a vivir momentos distintos que van a influir en nuestra erótica. En cada una, de forma única e irrepetible. Saber encontrar las palabras, y decírnoslas, con cuidado, parece requisito indispensable para vivir estas transformaciones sin sufrir ni hacer daño.
¿Qué pasa cuando el cambio es un embarazo, un parto y todo lo que viene después (y que difícilmente te imaginas)? Creo que tenemos muchas, muchas cosas que contarnos. Porque de esto no se habla. O sólo entre líneas. Y cuánto aprenderíamos. Y cuánto menos pesarían algunas penas y soledades. Aquí van, para empezar la conversación, algunas ideas o experiencias que me rondan…
***
Si el embarazo comienza en una probeta o por accidente, no hace falta
que sigas leyendo estas líneas. Pero, si lo estás buscando, conviene
saberlo: tus relaciones sexuales van a verse afectadas. Si tienes suerte
y llega pronto, para bien: más encuentros, risas nerviosas ante la
posibilidad de estar creando una nueva vida, la excitación por el nuevo
proyecto compartido. La broma después será «qué pena haberlo logrado tan
rápido, con lo bien que nos lo estábamos pasando». Pero, si la espera
comienza a hacerse larga, como es cada vez más habitual, la cosa se
complica: el coito como práctica obligatoria (menos mal que al menos nos
dicen que el orgasmo femenino mejora la probabilidad de que se produzca
la fecundación), la presión de hacerlo «los días que toca», la culpa
por no conseguirlo, el cansancio mental, el «si no te relajas, no lo vas
a conseguir», que tan poco ayuda…
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Una vez embarazada, durante el primer trimestre es muy probable que
te quieras morir. Náuseas, cansancio extremo, rechazo a ciertos olores y
alimentos. ¿Por qué nadie me habló de esto? Además, ese cuerpo que
empiezas a no sentir tuyo, comienza a hacerse más grande. Más tetas, sí,
pero también más barriga, más culo, más muslos, más brazos. Debería
sentirme estupenda y feliz, y me siento hecha un asco. El físico no es
lo importante, ya lo sabemos, pero me siento mal. ¡Y no puedo decirlo!
¿Ganas de follar? ¡Si en cuanto me tumbo, me duermo!Por suerte, llega el segundo trimestre y lo más habitual es que los malestares hayan desaparecido, que tus redondeces empiecen a parecerte bonitas, que tu deseo esté por las nubes y que tu vulva hinchada responda muy pero que muy fácilmente a la estimulación. ¿Ganas de follar? Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Para tu pareja, que no está a tope de hormonas, incluso demasiadas.
El tercer trimestre trae consigo el miedo al parto (hasta entonces, aunque no lo creas, es un horizonte lejano en el que piensas poco), pero también las ganas de que llegue: estás pesada, te cuesta moverte, no te ves los pies y mucho menos la vulva, crees que la barriga no puede crecer ya más y que va a explotar si ese/a bebé no sale pronto. ¿Ganas de follar? Sí, claro. Y de nuevo, de coitos y orgasmos, que en el semen hay prostaglandina, una sustancia responsable de ablandar y madurar el cuello del útero; y los orgasmos hacen que el útero tenga contracciones. Otra cosa es que puedas moverte o que tu pareja tenga ganas si tú de lo que hablas es de ayudar a provocar el parto.
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Un día, mientras estás feliz con tu barrigota en la piscina
disfrutando de sentirte ligera, la monitora suelta una información
inesperada: «chicas, ¿sabéis que después del parto los orgasmos pueden
ser distintos?». Caras atónitas. «Claro, las terminaciones nerviosas
cambian». ¿Cómo? «¿Pero a mejor o a peor?». Ay, que de esto tampoco nos
había hablado nunca nadie. Como de nuestro suelo pélvico en general, ese
gran desconocido, que se convierte en una preocupación durante el
embarazo y muchas veces en una pesadilla en el postparto. Y es que el
embarazo y el parto suponen un trabajo duro para nuestros cuerpos. Más
aún, si hay problemas. Las consecuencias: hemorroides, contracturas,
distensiones, prolapsos, cicatrices, dolor. Pero se supone que en seis
semanas estamos recuperadas, y sonrientes y felices desde el primer día,
eh, que tu bebé lo compensa todo. Y ahora, encima, pregúntame si tengo
ganas de follar. Lo que quiero es personal de fisioterapia especializado
en suelo pélvico en la sanidad pública.
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¿Y si tengo ganas en «la cuarentena» soy rara? Pues no. Porque en
esto hay tantas experiencias como personas, aunque no es lo más
habitual. Depende de cómo te encuentres, de las horas que duermas, de
cómo estés viviendo la nueva experiencia con tu pareja, del apoyo que
tengas… Lo que tampoco suelen decirnos es que, durante esas primeras
semanas, lo desaconsejado es el coito, la penetración, pero no otro tipo
de prácticas eróticas. Y esto podemos considerarlo una buena noticia:
si todavía no te habías desecho del coito como práctica sexual central,
es un buen momento. Como dice Hollie McNish, la mayoría de mujeres, tras
un parto, preferirán un masaje cada noche o un cunnilingus. Y
quizás esto sea así para siempre. Y eso me lleva a pensar que, a veces,
lo que ocurre no es que falte el deseo, sino que se huye de la
penetración. Si se piensa que ésa es la actividad principal, el objetivo
último, mejor no empezar, mejor no mostrarse cariñosa, por si acaso.
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A veces el deseo se va de vacaciones. Duermes poco, duermes mal,
tienes la cabeza puesta en la criatura y en la supervivencia básica
–tener comida y ropa limpia–. Y encima, tengo que tener ganas. Más
presión, no, por favor. Sí puede estar bien hacerse la siguiente
pregunta: ¿tengo ganas de tener ganas? Y, si la respuesta es sí, pedir
ayuda para tener más descanso, buscar pequeños huecos para el juego
erótico, sin otro propósito más que el encontrarse y disfrutar del
tacto, del olfato, de palabras dulces (o guarras), de los besos largos,
de una mirada cómplice o de las fantasías que querrás hacer realidad en
cuanto tengas tiempo… A veces, ese sentir el deseo del otro, de la otra,
ya nos basta. Porque piel en esos momentos tenemos de sobra: nos
pasamos el día pegadas a nuestra criatura.
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La lactancia supone una actividad sexual constante. En la succión del
pezón el cuerpo segrega oxitocina, que es la hormona del vínculo y del
placer, la que segregas cuando tienes un orgasmo. En Maternidades
subversivas, de María Llopis, la socióloga Helena Torres relata que su
embarazo fue «un orgasmo permanente» y que, sin embargo, durante el
primer año no podía ni pensar en tener relaciones sexuales: «Me frustré,
pero entonces me di cuenta de que no quería follar porque ya estaba
follando… con el bebé ¡y era una relación monógama! Las tetas no me las
podía tocar ni dios, yo ya tenía mi mejor amante». Sin duda, se trata de
una sexualidad distinta a la que vivimos entre personas adultas –no
olvidemos que el órgano sexual principal es nuestro cerebro, por eso,
qué nos pone es algo cultural; por eso, a unas mismas caricias podemos
darle diferentes significados–. Pero no podemos negar que la experiencia
del piel con piel, la succión, la mirada fija y embelesada y tantos
momentos íntimos que suponen la lactancia forman parte de nuestra
sexualidad.
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Cómo nos relacionamos con nuestro cuerpo y el de otras personas, cómo
expresamos y recibimos afecto, qué relación tenemos con el placer… no
son sólo importantes para nosotras mismas y nuestras parejas. La
educación sexual de esa criatura ha comenzado.* No hubiera podido escribir este texto sin la ayuda de mi madre, que cuidó de mi bebé para regalarme un poco más de tiempo. Una vez más, gracias, mamá.
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